Love & Mercy (2014)
Nota: 8
Dirección: Bill Pohlad
Guión: Bill Pohlad
Reparto: Paul Dano, John Cusack, Elizabeth Banks, Paul Giamatti, Jake Abel, Joanna Going, Kenny Wormald, Dee Wallace
Fotografía: Robert D. Yeoman
Duración: 121 Min.
No hace falta estar especialmente familiarizado con la trayectoria de The Beach Boys para poder citar de memoria algunas de sus canciones más emblemáticas: ‘Surfin’ USA’, ‘Good Vibrations’, ‘Wouldn’t it be Nice’, ‘California Girls’, y un largo etcétera de himnos tan veraniegos como buenrrollistas, que todos hemos tarareado en algún momento de nuestras vidas. Sería lógico pensar que detrás de todas estas composiciones se escondía un surfero californiano de sonrisa perenne, carácter extrovertido, y unas ganas incontrolables de comerse el mundo. Pero la vida está llena de contradicciones y la ópera prima de Bill Pohlad demuestra que el arte más bello y aparentemente desenfadado puede ser fruto de la mente más atormentada.
Como no podía ser de otra manera, el tono general de ‘Love and Mercy’ sintoniza perfectamente con la personalidad atormentada de su protagonista: un Brian Wilson al que interpretan un magnético y siempre inquietante Paul Dano, en su vertiente más intensa y creativa, y John Cusack, que se encarga de su etapa más vulnerable. Al no tener un personaje convencional entre manos, el director y guionista Bill Pohlad huye del biopic tradicional y recurre a una estructura narrativa basada en dos líneas argumentales, protagonizadas por el alma mater de los Beach Boys en dos momentos de su vida diferentes. Veinte años separan al Brian Wilson de los 60, un artista inmerso en la gestación del mítico ‘Pet Sounds’, y el de finales de los 80, sometido a la custodia legal del malvado y manipulador Eugene Landy (sensacional Paul Giamatti). Un antes y un después que no responden al típico modelo de ascenso y caída, sino que propone una montaña rusa de emociones musicales y personales.
De alguna manera, el metraje dedicado al joven Wilson es la constatación de una hipótesis de dominio público: la verdadera genialidad suele venir acompañada de un respetable nivel de locura. El director dedica gran parte de este hilo argumental a exponer la personalidad del compositor: apasionado de la música, dotado de un talento descomunal, y esclavo de sus inseguridades, éstas últimas materializadas a través de la figura paterna y la de Eugene Landy. Ambos personajes representan el nexo de unión entre las dos épocas que abarca el film, siendo el segundo la trágica prolongación del patriarca de los Wilson en materia de manipulación, maltrato psicológico, y envidia insana.
Curiosamente, en una película dominada por figuras masculinas, que oscilan entre el negro y una amplia gama de grises, la variedad cromática es aportada por el único personaje femenino con cierto peso argumental: Melinda Ledbetter. La vendedora de Cadillacs interpretada por Elizabeth Banks es presentada de una manera convencional, que nos hace temer por una nueva entrega de mujer florero. Sin embargo, Oren Moverman demuestra ser un guionista con suficientes recursos como para construir algo insólito en el cine actual: una mujer con personalidad. Melinda va tomando forma progresivamente hasta erigirse en la pieza clave del film.
Melinda Ledbetter y Eugene Landy protagonizan la eterna lucha entre el bien y el mal. Lejos de recurrir a estereotipos, el enfrentamiento es desarrollado a fuego lento y librado a lo largo de varios asaltos que representan una primera toma de contacto entre los dos contendientes, la intimidación del favorito, la sólida defensa del aspirante, y la lucha definitiva cuerpo a cuerpo en la que los dos buscan el KO directo. Durante este combate, el director realiza una exhibición de sus principales virtudes: construye unos personajes tan profundos e interesantes que no necesita abusar de la figura de Brian Wilson, favoreciendo la entrada de diferentes puntos de vista que enriquecen la narración. En realidad, el biopic no es más que una excusa para abordar temas tan interesantes como la manipulación, el amor desinteresado, la cara y la cruz del talento, y la familia.
En definitiva, el visionado de ‘Love and Mercy’ deja un sabor agridulce en el paladar, resultante de la extraña combinación entre la amarga existencia de Wilson y el placer que proporciona asistir al proceso creativo de un artista irrepetible. En el haber de Polhad, cabe destacar la proeza de empaquetar con optimismo una vida repleta de calamidades, y cambiar la percepción consolidada sobre un mito viviente. Actualmente, encontraremos pocos debuts tan arriesgados y estimulantes como el de un director que nunca pierde el respeto por un protagonista idóneo para la práctica del sensacionalismo más barato. Y esto, amigos, es tener personalidad.
Carlos Fernández Castro