La Isla Mínima (2014)
Nota: 5,5
Dirección: Alberto Rodríguez
Guión: Alberto Rodríguez, Rafael Cobos
Reparto: Raúl Arévalo, Javier Gutiérrez, Antonio de la Torre, Jesús Castro, Manuel Solo, Jesús Carroza
Fotografía: Alex Catalán
Duración: 105 Min.
Si tuviéramos que evaluar el último trabajo de Alberto Rodríguez por su diseño de producción o por los exteriores en los que se desarrolla su argumento, estaríamos hablando de una película extraordinaria. Sin embargo, el esmero empleado en estos aspectos parece inversamente proporcional al invertido en la escritura del guión. Como ya ocurriera en “Grupo 7”, el contenido de este nuevo producto vuelve a decepcionar las altas expectativas generadas por su envoltorio, provocando vacío e insatisfacción tras los títulos de crédito, y la sensación de oportunidad perdida apara los que augurábamos un futuro brillante para este director.
Rodríguez dirige con clase y sabe cómo manejar las secuencias de acción, pero su escritura carece de la cohesión que exige este evidente ejercicio de género. La investigación que sirve como base a la trama argumental mantiene la lógica en todo momento; sin embargo, la linealidad en el desarrollo de los acontecimientos no logra captar la atención del espectador, provocando una alarmante ausencia de tensión argumental. ¿Dónde están los cabos sueltos? ¿Y la intensidad provocada por esas piezas que no acaban de encajar?
De acuerdo, supongamos que el guión no apuesta todas sus cartas a la investigación de un asesinato. Sin lugar a dudas, decantarse por el estudio psicológico de los protagonistas, al estilo «Zodiac», hubiera sido una opción de lo más interesante. Pero volvemos a pinchar en hueso. En este sentido, «La Isla Mínima» adolece de una escasa profundización que nunca llega a compensar el leve impacto de la trama policiaca. A diferencia de lo que ocurre en True Detective, serie con la que se la ha querido comparar con poco acierto, las pinceladas acerca del pasado de los personajes o los rasgos de su carácter son irrelevantes.
Una vez más, se demuestra que la estética es un complemento perfecto, pero nunca suficiente por si sólo, para la consecución de una buena narración. Y es que la atmósfera no sólo está hecha de paisajes que invitan a pensar en los sucesos más macabros, de pueblos que parecen anclados en el tiempo, de videntes que insinúan un futuro poco esperanzador, o de policías cuyas personalidades opuestas hacen pensar en un más que posible enfrentamiento. ¿Qué hay del ritmo, la tensión, los conflictos personales, o la incertidumbre?
«La Isla Mínima» pretende ser un excelente ejercicio de género, al menos en apariencia, pero carece del alma que la eleve a un nivel superior. Rodríguez y compañía parecen obsesionados en demostrar su capacidad para nacionalizar un tipo de cine de escasa tradición en nuestro país; en homenajearlo y emularlo. Sin embargo, el director olvida el destinatario último de su película, un espectador con el que no acaba de conectar por las razones esgrimidas en líneas superiores.
Los protagonistas no se ganan la empatía del patio de butacas, simplemente se limitan a seguir el sendero marcado por un guión unidimensional y carente de músculo. Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo se apoyan en estereotipos para salir airosos de dos papeles planos y poco propicios para el lucimiento. El resto de personajes bien podrían formar parte de un bodegón, dada su escasa trascendencia en la trama; algunos representan tentativas frustradas de aportar oscuridad y misterio al argumento (Antonio de la Torre), otros se conforman con ser malvados de parvulario que provocan una indiferencia involuntaria (Jesús Castro)…
En definitiva, nos encontramos ante un claro ejemplo del temido «quiero y no puedo». Mientras el espectador espera ansiosamente ese punto de inflexión que convierta «La Isla Mínima» en algo realmente inquietante, las peculiares localizaciones y la resultona fotografía de Alex Catalán actúan como muros de contención que acaban erigiéndose en el único aspecto elogiable de una película fallida. Aún así, se agradece el esfuerzo a la hora de construir semejante isla en el panorama cinematográfico español, aunque la recompensa que proporciona su visionado acabe siendo mínima, o al menos, muy inferior a lo esperado.
Carlos Fernández Castro