El Tiempo entre Costuras (2013-2014)
Matar moscas a cañonazos. Ese viene a ser el mejor resumen de lo que ha hecho Antena 3 con esta celebrada y exitosa miniserie. Y atención, que se dice celebrada, pues no hay más que observar la unanimidad de elogios con los que ha sido recibida, y exitosa, pues sus once capítulos de hora y media cada uno, han exhibido una concurrencia de más de cinco millones de espectadores.
Pero si de analizar sus resultados artísticos se trata, debemos decir que la miniserie, que adapta la novela homónima de María Dueñas, ha lucido músculo apoyada en una brillantísima fotografía, una dirección artística ampulosa y “demasiado” pulcra y una música omnipresente y subrayando constantemente la imagen. Partitura (todo hay que decirlo), demasiado “inspirada” en el Philip Glass de “Las horas”.
Todos los elementos técnicos (hasta aquí los cañonazos), han venido a sacudir el complejo histórico sobre la capacidad de hacer aquí este tipo de producciones. Pero al llegar a su final, se descubre que había muy poco que contar (aquí están las moscas). Por resaltar y destacar la epopeya (1935-1941) de la heroína protagonista, Sira Quiroga (Adriana Ugarte es lo mejor de la serie), la mayoría de personajes están definidos con un maniqueísmo y simplicidad que han desaprovechado a algunos actores interesantes como Raúl Arévalo (en un insulso papel), Ana Milán (encasillada en el papel de estirada y peligrosa) o Elvira Mínguez (bipolar madre que pasa de ser castradora a comprensiva en tres segundos).
El relato resulta descompensado, quizás, por las necesidades de la superproducción, dispersando los tres ejes de la historia, Tetuán-Madrid-Portugal sin equilibrar los tiempos narrativos. Y hemos presenciado la reconversión de esa inocente y traicionada costurera, en una letal y efectiva (decisiva en el curso de la 2ª Guerra Mundial) espía, sin que pueda ser creíble semejante transformación. Un romance sin fuerza, dolorosas omisiones a la realidad española (Madrid parece más un lugar paradisíaco y lujoso, que un terreno de posguerra), y algunos chistes involuntarios (lo siento, no son míos sino del guion de su último capítulo) como escuchar de la pericia de la costurera para coser heridas por su manejo de las telas, o que su arma secreta para doblegar al villano sea ¡¡¡unas tijeras!!! Un desastre narrativo en toda regla.
Porque además, la renovación de las series en España, no parece incluir en su ecuación, esas variables propias de la superproducción. Bastaría con recordar las tres propuestas más estimulantes de los últimos años: “¿Qué fue de Jorge Sanz?” (2010), “Crematorio” (2011) o la más reciente “Todas las mujeres” (2012).
Las tres comparten un cuidado por los guiones y sus temáticas (la fugacidad del estrellato, la corrupción política o la mentira como defensa ante la vida, respectivamente). Tampoco por casualidad, las tres surgieron al amparo de canales privados y menos deudores del “gran público”. Pero sobre todo, las tres tienen en sus creadores, a probados y contrastados directores de nuestra filmografía, como son David Trueba, Jorge Sánchez-Cabezudo y Mariano Barroso respectivamente.
Si Todd Haynes, David Fincher, Gus Van Sant, Jane Campion o Martin Scorsese dirigen materiales para televisión. Si David Mamet, Aaron Sorkin, Terence Winter o Steven Moffat escriben guiones para este medio (en contexto anglosajón), no cabe duda que el camino abierto por las series citadas, apunta a una mayor presencia de los creadores cinematográficos en nuestra “pequeña pantalla”.
Resumiendo, es necesario valorar en su justa medida el enorme esfuerzo de producción llevado a cabo con “El tiempo entre costuras”, pero cabe exigirle (teniendo en cuenta los notables referentes expuestos) un mayor rigor y precisión a la hora de construir personajes y tramas, y de darles coherencia. Utilizando la propia metáfora de la novela, el vestido que nos han tejido, es más vistoso que útil, más interesante que realmente logrado.
Fco. Javier Rueda Ramírez