The Grandmaster (2013)
Nota: 7,5
Dirección: Wong Kar-Wai
Guión: Wong Kar-Wai, Xu Haofeng, Zou Jinzhi (Historia: Wong Kar-Wai)
Reparto: Tony Leung Chiu Wai, Zhang Ziyi, Zhao Benshan, Chang Chen
Fotografía: Philippe Le Sourd
Duración: 130 Min.
«The Grandmaster» demuestra que Wong Kar-wai no está en plena forma; o al menos, que no ha recuperado el nivel que exhibió en obras como «Chunking Express», «Days of Being Wild», «Happy Together», «Deseando Amar», o «2046». Sin embargo a día de hoy, un Wong Kar-wai a medio gas sigue siendo más que suficiente para producir una obra de obligado visionado, a ser posible en la oscuridad de una sala de cine, y al amparo de una pantalla capaz de reflejar el inmenso talento visual de este gran cineasta.
Tras la decepcionante «Las Cenizas del Tiempo», el maestro hongkonés regresa al cine de acción buscando una segunda oportunidad. Si bien «The Grandmaster» supera a su antecesora en numerosos aspectos, no llega a ser totalmente satisfactoria debido a sus desmesuradas ambiciones argumentales. La película se centra en las vivencias de tres personajes, cuyas fugaces intersecciones no acaban de dar cohesión al conjunto. La concepción de la vida y del honor, según los códigos de las artes marciales, es el endeble hilo argumental con el que el guión pretende suavizar tales defectos. Huelga decir que no lo consigue.
Además de narrar un momento clave en la evolución del Kung-fu, Wong Kar-wai repasa gran parte de la historia reciente de China, situando a sus personajes en diversos contextos históricos, tales como la Guerra Civil, la invasión japonesa, la independencia de Hong Kong… No contento con ello, introduce una atípica historia de amor, protagonizada por dos personajes que no parecen los más idóneos para mantener una relación sentimental. La sorprendente destreza del director para desenvolverse en el caos más absoluto, es la que salva esta película de convertirse en la versión actualizada del camarote de los hermanos Marx.
El resultado es tan desconcertante como fascinante. «The Grandmaster» funciona como un conjunto de secuencias independientes, formidablemente bellas y espectaculares, pero no acaba de transmitir la sensación de conjunto. En ocasiones, es inevitable sospechar que la sala de montaje nos ha impedido disfrutar esta obra en su máximo esplendor. Sin ir más lejos, los planos protagonizados por «El Navaja» carecen de relevancia a nivel argumental; sin embargo, ¿podrían haber formado parte de un fallido plan inicial? Puede que Wong Kar-wai tuviera en mente un proyecto mucho más ambicioso del que finalmente ha llevado a cabo, pero probablemente nunca lo sabremos. ¿Problemas de planificación?, ¿un guión que se ha ido de las manos?, ¿arrepentimiento a mitad de camino?, ¿un presupuesto limitado?
A pesar de todo lo comentado anteriormente, Wong Kar-wai emplea sus superpoderes cinematográficos para hipnotizarnos con unas imágenes cargadas de fuerza, una atmósfera que sólo respiramos los privilegiados que observamos su cine, unas secuencias de artes marciales que incluso los detractores del género disfrutarán por su belleza y fisicidad, una puesta en escena que invita a olvidar sus imperfecciones, un despliegue de talento que hace aflorar en el espectador la necesidad de volver a contemplar esta obra una vez más… Alguien capaz de concebir una ráfaga de romanticismo, en la vorágine de un furibundo combate cuerpo a cuerpo, merece una oportunidad.
Carlos Fernández Castro
No puedo estar más de acuerdo contigo, Carlos. Al final resulta un ‘conjunto de secuencias independientes, formidablemente bellas y espectaculares’, deslavazadas entre sí, pero que, dentro de cada una ellas, hay armonía narrativa completa.
Es el caso de la presentación del personaje principal: secuencia resumida a través de esa portentosa frase, ‘si la vida tuviese estaciones, mis primeros 40 años serían la primavera’, estampada con una foto de familia que condensa felicidad.
Dentro de esta secuencia, me quedo un brevísimo fragmento cuyas imágenes describen poéticamente, pero con gran claridad y precisión, lo que la voz en off del protagonista narra. Voz e imagen unidas se convierten en fábula extraordinaria:
Aparecen unas manos que se deslizan tocando una puerta vidriada al caminar
– ‘Mi esposa, Zhang Yongcheng, descendiente de un ministro imperial…’
Se abre el plano, y aparece la imagen de ella mirando hacia la misma cristalera. Mientras cruza los brazos reflexivamente, se oye:
– ‘… era una mujer que hablaba poco’
Se vuelve a cerrar el plano en sus manos, donde delicadamente se mueven expresando su propio tacto…
– ‘… porque conocía el poder de las palabras’
al tiempo que aparece lo que observa ella, su marido, más bien (volvemos a la precisión poética) solo las manos fornidas de éste con violentos movimientos.
– ‘… nos entendíamos bien’ …
Preciosa contraposición entre ambos personajes y lo que es más importante, perfecto simbolismo… ¿puede escogerse mejor metáfora de un lenguaje mudo que las manos?