Casquería Fina: Jean-Claude Van Damme. Vida, obra y milagros del Fred Astaire del karate (2ª Parte)
Recapitulemos. Apenas iniciados los 80 -década de drogas duras, guerras frías y generosas hombreras,- un jovencísimo Jean Claude Van Damme decide apostar todo a una carta: devenir el flamante Bruce Lee occidental.
Para ello abandona (sin excesivo pesar), país natal, gimnasio propio y primera esposa, y pone rumbo a California con lo puesto. Malvive durante años buscando una oportunidad para lucir su talento, y ésta le llega -a fuerza de insistir- con la exitosa cinta de artes marciales «Bloodsport».
A la tremebunda «Contacto Sangriento» le siguieron otro par de cintas de pésima calidad –standard propio de la filmografía del belga-, que pudieron haber disuelto la provechosa efervescencia propiciada por «Bloodsport». Sin embargo, a punto de cerrarse la década, Van Damme se ve envuelto en la que, con los años, se convertiría en su película más reconocible, «Kickboxer».
«Kickboxer», cinta claramente mejor dirigida, guionizada y fotografiada que «Contacto Sangriento», vuelve a trasladar el desarrollo de la acción a la anárquica ciudad de Bangkok, donde un voluntarioso Van Damme lucha tenazmente en busca de venganza. La película, que acabó resultando un mayúsculo éxito global -recaudó más de 14 millones de dólares-, sirvió para consagrar definitivamente al belga entre el star-system de las artes marciales cinematográficas.
Así que confortablemente instalado en el provechoso estrellato fílmico, los 90 amanecían prometedores para un JCVD en auge.
En 1991 se estrena «Doble Impacto», con un cuadrado Jean-Claude al cuadrado -disculpen el pésimo chascarrillo-. La peli, en la que interpreta a unos gemelos trágicamente separados en su niñez, supuso un verdadero fracaso en taquilla y un soberano ladrillazo para los escasos espectadores que acudieron a las salas.
Un año después, Van Damme se saca de la manga la exitosa y costosísima cinta de acción “Soldado Universal”. El largo, que parte de un sugerente planteamiento inicial, deambula a medida que avanza su metraje por una mediocridad y previsibilidad cuasi ultrajantes. Dolph Lundgren –versión desmejorada de T1000-, ejerce a la perfección el rol de perturbado al que sólo Jean-Claude puede parar los pies. Resultado: demasiadas balas, pocas patadas y una velada apología de los esteroides.
1994 fue un año de luces, sombras y suculentos dólares en el bolsillo para nuestro ídolo. «Timecop» se convirtió en uno de sus mayores hitos en taquilla, y la pérfida «Street Fighter» -por la que Van Damme se embolsaría una fortuna-, pasaría a la historia como una de las más infames creaciones jamás concebidas por el ser humano.
Van Damme iniciaría a partir de entonces una profunda y galopante decadencia -tanto en el plano profesional como en el ámbito personal-. Y es que a la superestrella más flexible de Hollywood le dio por esnifar cocaína como un poseso, divorciarse (como quien no quiere la cosa) y filmar pelis aún más absurdas si cabe -directamente producidas para el mercado DVD-.
El fondo (abisal, como poco) lo tocaría con una cinta sencillamente inclasificable: «Van Damme´s Inferno». Dirigida por John G. Avildsen, responsable de «Rocky» y la saga «Karake Kid» (entre otras), la película es un incandescente compendio de dislates. Un lisérgico y desmadejado western moderno, una historia groseramente épica y desternillantemente bizarra. Una bochornosa interpretación del spaguetti western.
Atormentado por su pasado, Eddie Lomax -personaje al que da vida Van Damme-, se ve forzado a imponer la ley, su ley, en un poblado sumido en el caos y la vergüenza. Para tan noble tarea, nuestro héroe gozará de la inestimable ayuda de unos secundarios sublimes. De entre todos ellos, mayúscula mención para el inmortal Pat Morita -devoto factótum de Lomax- y para la bellísima Jaime Pressly (Joy en la estupenda «My name is Earl»).
Como observan, a pesar de los años, de los éxitos, de los fracasos o de las chanzas -por burdas que éstas sean-, Jean-Claude no pierde sus señas de identidad, y sigue confiando el alma de sus películas al poder de atracción que generan sus nalgas, sus estiramientos, sus patadas y las risas -en su más amplia variedad- generadas por su particular «humor». Y es que no en vano, uno de los ídolos del belga es el actor y director británico Charles Chaplin, al que considera la primera gran estrella del cine de acción.
Enfrentado filosoficamente a la industria, y durante cierto período de tiempo a si mismo, Van Damme deambula por el siglo XXI filmando todo tipo de obras, desde arrebatos de grandeza casi unánimemente bien recibidos por la crítica -«J.C.V.D.» (2008)-, cintas de acción de resultado casi meritorio –«In Hell» (2003)- hasta los habituales engrendros fílmicos a los que nos tiene acostumbrados.
Sin embargo, 2012 -año maldito para muchos-, ha supuesto una oportunidad de redención y renacimiento para un Jean-Claude Van Damme ya adentrado en la cincuentena. Con su cerebral interpretación en «Los Mercenarios 2» -es el malo de la peli, a petición propia-, puede que muchas puertas vuelvan a abrirse y, consecuentemente, muchos culos vuelvan a patearse.
«En una fiesta en mi casa de Miami, en 1997, Van Damme estaba cansado de que Steven Seagal dijera que podría patearle el culo, así que le ofreció salir al jardín para demostrarlo». Sylvester Stallone.
Alberto G. Sánchez – pelucabrasi – @pelucabrassi
adoro al actos te mando saludos desde uruguay montevideo
Tierra natal de mi padre. Gracias y un caluroso saludo de vuelta desde Madrid, España.