Casquería Fina: Jean-Claude Van Damme. Vida, obra y milagros del Fred Astaire del karate (1ª Parte)
Tiene el hombre la cavernaria costumbre de sentir envidia por el éxito profesional femenino. Dicha envidia se ha visto moderada con los años – o al menos se hace menos presente en el presente-, a fuerza de devenir costumbre a la que tener que enfrentarse. Sin embargo, y afectando especialmente al mundo del espectáculo, cuando el éxito discurre parejo a la génetica virtud de ser bella, algún que otro malpensado sigue recurriendo a la conjetura habitual de «se habrá abierto de piernas», para explicar cómo la interfecta en cuestión, logra o logró alcanzar sus objetivos.
Ahora bien, no imagino a ninguno de esos valientes machos alfa, cascándole a la cara tal teoría al bueno de Jean-Claude Van Damme, quien al fin y al cabo, debe gran parte de su rutilante estrellato a tan vilipendiada postura física.
Nuestro querido Jean Claude Van Damme, aún hoy indiscutible luminaria de las artes marciales, se curtió (curiosamente) en la dureza del ballet clásico, y si bien de pequeño era un niño débil y acobardado, el estudio del karate obró milagros en su aspecto físico y su posterior proyección profesional. Con apenas 18 años, Van Damme ostentaba negocio propio en Bélgica, un gimnasio de éxito. Sin embargo, obsesionado con la pasional idea de triunfar en el cine, no titubeó lo más mínimo a la hora de perseguir su destino. Así que, a comienzos de la década de los 80, un jovencísimo JCVD hace el petate y pone rumbo a Hollywood -donde sufriría todo tipo de calamidades antes de convertirse en megaestrella del celuloide-.
Los primeros pasos en la carrera cinematográfica de Van Damme son tan erráticos como singulares. Se introduce en el mundillo gracias a un Chuck Norris en pleno apogeo profesional -fue su sparring e intervino como especialista en «Desaparecido en combate»-. Su mítico debut (en una cinta de bajísimo presupuesto) como karateka homosexual -«Mónaco Forever» se llama la joya-, o su frustada intervención en «Depredador» -como anónimo Depredador-, no parecían presagiar precisamente el éxito rutilante que estaba a punto de llamar a sus puertas.
Con «Retroceder nunca, rendirse jamás», el belga se enfrenta en 1986 a su primer trabajo de cierto calado. La peli, mala de solemnidad y con nulo éxito entre el público norteamericano, ofrece sin embargo al incipiente Van Damme, el escaparate ideal para lucir su catálogo de mamporros y acrobáticas posturas.
En la cinta en cuestión, un veinteañero Van Damme da vida al pérfido e indispensable malvado -un mafioso ruso que reparte a diestro y siniestro-, acaparando toda la atención del espectador con sus espectaculares acciones.
Sin embargo, hasta que Jean Claude no se abre públicamente de piernas delante del productor Menahen Golan -verídico como la vida misma-, éste no consigue la oportunidad real que tanto tiempo llevaba anhelando. Impresionado por la exhibición, y tras pasar satisfactoriamente varias pruebas de cámara, Golan decide otorgarle al belga el flamante papel de protagonista en su siguiente película, la ya mítica «Contacto Sangriento».
En «Bloodsport» -título original del largo-, Frank Dux –personaje interpretado por Van Damme-, decide honrar a su moribundo maestro compitiendo en el Kumite asiático (clandestino campeonato de artes marciales). Sin embargo, y abriendo con ello una irrisoria e innecesaria subtrama, el ejército norteamericano tratará de impedir que Dux participe en el torneo. El film, sin embargo, queda consagrado –no nos engañemos- a todo lo que sobre el ensangrentado tatami sucede. Luchadores de procedencia y nombre de lo más exótico –véase el pétreo PACO-, harán las delicias de los espectadores con un catálogo de ostias y atuendos de lo más bizarro.
La cinta, que apenas costó 1,5 millones de dólares y recaudó más de 30, supone un perfecto resumen del resto de películas iniciales del belga. El reverenciado sensei instructor, el malo absolutamente carente de humanidad, el deseo de venganza –ya sea por un vilipendiado hermano bigotudo o por un tipo bizco al que acaba de conocer-, la exhibicionista apertura de piernas y el plano consagrado al bullate de Jean Claude, son elementos indispensables en todo film de Van Damme que se precie.
La peli termina dejando ojiplático al espectador menos versado en la materia. Unos rótulos propios del pleistoceno informático nos anuncian que, lo visto, por muy rocambolesco que pareciera durante su proyección, está basado en las hazañas reales del propio Frank Dux.
Dux, personaje enigmático donde los haya, es un idolatrado experto en artes marciales que afirma haber trabajado durante años para los servicios secretos yanquis. Amén de coleccionar surrealistas aventuras, el tipo también se preocupaba de nutrir sus vitrinas de trofeos y -más que dudosos- récords personales.
Con «Contacto Sangriento», como hemos visto, Van Damme por fin cumplía su sueño. Estaba en la picota, inserto en el negocio. Atrás quedaban sus años como taxista, como portero de discoteca o repartidor de pizza. Atrás quedaban las decepciones, los californianos días como inmigrante irregular y los recurrentes robos para subsistir. Había nacido una estrella. Se había consumado su destino.
Ahora bien queridos lectores, su historia, su desfile de luces y sombras, no había hecho más que comenzar…
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Alberto G. Sánchez – pelucabrasi – @pelucabrassi
«Soy el Fred Astaire del karate». Jean Claude Van Damme, genio y figura carente de abuela.
Después de ver la imagen de JCVD junto a Chuck, creo que mi próxima propuesta para «casquería» es inevitable: erigir un monumento a esa trilogía del despropósito llamada «Missing in Action». Nos lo hemos ganado…
Si le dedicamos una entrada a la trilogía M.I.A., más que de Casquería creo que estaríamos hablando de Detritus…