Senderos de Gloria (Paths of Glory) (1957)
Nota: 10
Dirección: Stanley Kubrick
Guión: Stanley Kubrick, Calder Willingham, Jim Thompson (Novela: Humphrey Cobb)
Reparto: Kirk Douglas, Ralph Meeker, Adolphe Menjou, George MacReady
Fotografía: Georg Krause
Música: Gerald Fried
Duración: 86 min
Recurrentemente, se ha tendido a catalogar Senderos de Gloria como una película antibelicista. Sin embargo, Stanley Kubrick nunca fue partidario de grandes discursos o proclamas a través de los cuales hacer de sus películas panfletos proclives a una determinada causa. Al igual que en La Chaqueta Metálica, el desasosiego suscitado en el espectador ante los hechos narrados no derivaba de una construcción artificiosa del guión o de la actitud arquetípica de sus personajes, sino de la mera contemplación objetiva del sinsentido de la guerra y las miserias humanas adheridas a esta.
Para ello, Kubrick únicamente cuenta con su cámara para realzar los matices de la historia, indagar en los comportamientos de los individuos, marcar las distancias entre los diferentes mundos escenificados. Es como si asistiéramos a una pequeña porción de realidad concentrada suficiente para agitar conciencias y mostrar la frivolidad de nuestros actos. Y es que, tal y como escribía Humphrey Cobb, autor de la novela en la que se basa el filme de Kubrick, “los senderos de la gloria no conducen sino a la tumba”, precisamente al lugar donde se dirigieron cientos de miles de personas fruto de una guerra absurda que segó a toda una generación de jóvenes en Europa y buena parte del mundo.
Tras el éxito rotundo entre la crítica (aunque no tuviese reflejo en taquilla) cosechado por su anterior película, Atraco perfecto (1956), Kubrick se atrevía con un temerario proyecto, auspiciado en gran parte por Kirk Douglas, que buceaba en un episodio histórico de la I Guerra Mundial desarrollado en las filas del ejército francés y con el combate de trincheras como telón de fondo. Ante el estancamiento de los bandos en sus respectivas posiciones, cada conquista de terreno era celebrada con entusiasmo por generales y políticos, aunque ello repercutiera en la muerte de cientos de soldados lanzados al campo de batalla con escasas esperanzas de regresar. Ante esta circunstancia, el ánimo de las tropas se podía quebrar en cualquier momento e incluso dar lugar a la insumisión, algo que los superiores contenían con ejecuciones periódicas entre sus filas para “dar ejemplo” de disciplina.
En Senderos de Gloria, la misión suicida diseñada por el general Mireau (al que da vida George McReady)para hacerse con la Colina de las Hormigas, que finalmente resultaría un fracaso ante la imposibilidad de los soldados de avanzar más allá de sus propias alambradas, dio lugar a un proceso judicial que llevaría a tres de sus combatientes a ser juzgados por cobardía. De poco importaba que la ineptitud del general responsable, producto de su ambición por alcanzar puestos superiores en el ejército, fuese realmente la culpable del descalabro de la misión. Lo realmente significativo era guardar las apariencias, mostrar la fortaleza de un aparato militar más interesado en sus propios beneficios personales que en las vidas de sus soldados.
En este sentido, Kubrick retrata magistralmente las diferencias entre las dos clases sociales presentes en la película a partir de un uso ejemplar de la cámara, la iluminación o la recreación de los ambientes. Se percibe así el fuerte contraste entre los elegantes salones aristocráticos donde los generales se dan cita para planificar las acciones bélicas, y la crudeza de las trincheras donde se agolpan cientos de hombres entre el frío, la inmundicia y el tronar de las bombas del enemigo. Para la posteridad quedan los conseguidos travelling de cámara en los laberintos de las trincheras o en pleno campo de batalla, que ilustran con inusitada precisión el horror de la guerra y la insignificancia de la muerte de seres humanos anónimos utilizados como peones de un tablero de ajedrez. De hecho, no es casualidad que el espacio elegido para escenificar el juicio a los ‘cobardes’ se asemeje a un gigantesco tablero en el que los soldados quedaban a merced de un jurado parcial dispuesto a decretar su ejecución.
No obstante, entre todo este ambiente ruin sobresale la figura del coronel Dax, interpretado eficazmente por Kirk Douglas, un oficial horrorizado por la injusticia a la que se somete a sus soldados y que decide defenderlos en un juicio que no deja de ser una pantomima burocrática. El caso lleva a Dax hasta sus propios límites e incluso llega a desafiar a estamentos superiores en su temeraria lucha por hallar algo de justicia en plena guerra.
Kubrick y Jim Thompson (afamado escritor de novela negra que ejerce aquí como guionista) decidieron cambiar el final de la novela y ofrecer un pasaje aleccionador contra el general Miraeu, aunque el mensaje estaba lejos de ser optimista. Senderos de Gloria nos muestra una realidad en la que una pequeña cúpula de poder es la encargada de regir los destinos de la mayoría sirviéndose de los tradicionales valores de la patria y el honor para así poder cumplir sus objetivos personales, sin importarles el coste de sus decisiones en el resto. La crítica es tan dura que la película no sería estrenada en Francia hasta 1975 y sería prohibida en diferentes países europeos por considerarla un alegato antibelicista.
Finalmente, la película concluye con una hermosa escena en la que una joven alemana (Christiane Harlam, que posteriormente se convertiría en al tercera esposa de Kubrick) debe salir al escenario de una concurrida taberna ante el entusiasmo desatado de decenas de soldados franceses. Cuando la muchacha comienza a cantar tímidamente ‘El fiel húsar’ (una canción popular alemana), el silencio avanza paulatinamente entre el jaleo y los ojos de los hombres comienzan a humedecerse, retratados en simbólicos primeros planos al tiempo que se unen al canto de la joven. Ese íntimo contacto con el ‘enemigo’ (que es invisible en la película) les plantea la cuestión de contra quién luchan y con qué motivo. La canción les devuelve a un escenario alejado del horror y la destrucción de la guerra, los une en su condición de víctimas de algo que nos les corresponde. Un final mítico para una película tan incómoda como inolvidable.
Jesus Benabat