Cabeza Borradora (Eraserhead) (1976)
Nota: 9
Dirección: David Lynch
Guión: David Lynch
Reparto: Jack Nance, Charlotte Stewart, Allen Joseph, Jeanne Bates, Judith Roberts, Jack Fisk
Fotografía: Herbert Cardwell, Frederick Elmes
«Éste [el ser humano], en efecto, es acaso el animal que, de forma incondicional, no soporta el asco, el animal que extiende hasta lo fantástico el sentimiento de lo asqueroso, no en vano es el animal fantástico y soñador, tejido con la madera de sus propios sueños y pesadillas. Y el sentimiento de lo repugnante late con denodada fuerza en esa trama de sueño y pesadilla que le constituye.»
Eugenio Trías
“Lo bello y lo siniestro” (1982)
David Lynch es una rara avis. Miembro de un selecto y reducido grupo de creadores de lo siniestro, su presentación como cineasta a finales de los años setenta con “Cabeza Borradora” sellaría el acta fundacional del universo Lynch en el panorama del cine contemporáneo. Un universo opresivo y enigmático, cuyas imágenes se deslizan entre las tendencias experimentales de sus primeras incursiones en el campo de la pintura y el videoarte, y los laberintos narrativos sobre los que transita su producción cinematográfica y televisiva1.
El film narra las desventuras de Henry Spencer, un joven solitario y asustadizo, que vive en un lúgubre edificio de apartamentos situado en mitad de un suburbio industrial. Durante una cena en casa de su amiga Mary, descubre que ambos han engendrado un bebé prematuro e inhumano. Una criatura enfermiza y monstruosa, carente de extremidades y con las vísceras sujetas al tórax mediante un aparatoso vendaje. La joven y el recién nacido se instalan en su habitación y Henry, abrumado por su inesperada paternidad, se verá de pronto asaltado por extrañas apariciones que culminarán con su cabeza decapitada y su cerebro convertido en gomas de borrar.
La delirante galería de visiones y monstruos que alimentan el corpus fílmico de “Cabeza Borradora”, discurren sobre las líneas temáticas y formales trazadas por Lynch durante su etapa de formación en la Pennsylvania Academy of Fine Arts y el American Film Institute. Trabajos de corte experimental como “The Alphabet” (1967) o “The Grandmother” (1970), cuyas imágenes híbridas -a medio camino entre la representación pictórica, la animación y la realidad fotoquímica- conectan las obsesiones más íntimas del universo Lynch con el territorio estético de lo siniestro.
“Cabeza Borradora” prolonga esta vía creativa ahondando en motivos recurrentes de su filmografía como la mutabilidad del cuerpo, la amputación, los fluidos abyectos, la descomposición de la materia o la cualidad oral de lo viscoso y lo pútrido. La mirada se desliza subyugada bajo esta exposición violenta de lo orgánico que contamina todas las imágenes del film, despertando una respuesta visceral frente el horror y la repugnancia que sitúan al espectador en el límite de la experiencia estética. Es decir, en el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar2.
De este modo, Lynch nos proyecta en una dimensión exacerbada de la realidad. Un universo sensorial donde la posibilidad misma de lo real permanece en suspenso, delimitando la distancia necesaria entre sujeto y visión para sublimar y trasfigurar la inmediatez del asco en placer estético. De hecho, es el propio relato -o mejor dicho, la ausencia del mismo- el que nos impide discernir si nos encontramos ante una narración de sucesos “reales” que acontecen dentro de una ficción o si, por el contrario, asistimos a una serie de alucinaciones y pesadillas nacidas de la mente enferma de Henry.
La secuencia cósmica que sirve de prólogo al film parece sugerirnos –falsamente, como veremos- esta posibilidad onírica. En la oscuridad de un extraño universo de consistencia amniótica, su cabeza flota suspendida junto a un pequeño planeta de formas rugosas habitado por un siniestro guardavía, cuya piel se vislumbra sudorosa y cubierta de purulentas protuberancias. Tras accionar algunas de sus palancas, la cámara comienza a desplazarse en el espacio hasta expulsarnos a través de una oquedad sobre la superficie de lo que parece ser “la realidad”. Muy pronto descubriremos nuestro error. No hemos traspasado el umbral que separa lo onírico de lo real. Tan sólo hemos penetrado en otra de las infinitas capas que envuelven este universo, extraña mezcla de realismo y fantasía, cuya estructura interna evoca la forma de una inmensa y compleja “muñeca rusa”.
El territorio post-industrial donde se desarrolla la vida cotidiana de Henry, se compone de la misma materia informe que el espacio cósmico que acabamos de abandonar. El suelo, al igual que el planeta y la piel del guardavía, está cubierto de irregularidades y pliegues que supuran sustancias infectas. Sobre este sustrato, envueltas en un paisaje sonoro de gemidos guturales, fuerzas telúricas y zumbidos metálicos, emergen sórdidas estructuras de hormigón y ladrillo apiladas entre máquinas y tuberías retorcidas que exhalan vapores irrespirables. Una atmósfera asfixiante y kafkiana que oculta tras sus muros una nueva dimensión: los espacios interiores. Un laberinto infinito de habitaciones sombrías y pasillos en penumbra, atrapados bajo el parpadeo de luces hipnóticas que sirven de guía y refugio a criaturas solitarias como Henry. Un joven padre acosado por las dudas y los miedos de la madurez. Un pequeño universo atrapado dentro de otros muchos.
Como los laberintos borgianos, “Cabeza Borradora” es un enigma que se bifurca en múltiples y diversas interpretaciones. Tantas como posibles espectadores. Aunque tal vez, bajo todo ese delirio estético que la sustenta, se esconda tan sólo un relato convencional sobre el nacimiento de un bebé. La historia de dos jóvenes padres, David y Peggy Lynch, enfrentados a la responsabilidad de una paternidad prematura y no deseada.
NOTAS:
1 Cabría cuestionarse si la casi total ausencia del relato narrativo en “Inland Empire” (2006), su último trabajo estrenado hasta la fecha, supone una involución de Lynch hacia sus primeros planteamientos estéticos, o si bien, la narratividad había sido asumida hasta ese momento como una concesión a los convencionalismos del mainstream hollywoodiense. En este sentido, la estructura laberíntica de sus films, con continuos saltos y juegos narrativos, podrían ser interpretados como la respuesta más coherente a esas exigencias comerciales sin renunciar al carácter informe e inestable de su propuesta artística.
2 RILKE, Rainer Maria. Las elegías del Duino. Citado en: TRÍAS, Eugenio. Lo bello y lo siniestro. Barcelona: Random House Mondadori, 2006.
Aythami Ramos
P.D: felicidades (un poco atrasadas) a Jennifer Lynch. El «bebé» cumplió ayer, día 7 de marzo, 44 años…