El Hombre Elefante (The Elephant Man) (1981)
Nota: 8,5
Dirección: David Lynch
Guión: David Lynch, Eric Bergren, Christopher De Vore
Reparto: Anthony Hopkins, John Hurt, Anne Bancroft, John Gielgud
Fotografía: Freddie Francis
“Cabeza Borradora”, la primera película de David Lynch, enamoró y disgustó a partes iguales; un simple adelanto de lo que fue y es la tónica habitual en cuanto a valoración de la obra del cineasta norteamericano. Entre aquellos que la disfrutaron se encontraba gente muy influyente en la industria: además de llamar la atención de Stanley Kubrick, sedujo al conocido director y productor Mel Brooks que, seguramente debido a los varios puntos de contacto temáticos con Cabeza Borradora, decidió encargarle a Lynch la adaptación al cine de la terrible historia de Joseph Merrick, «El Hombre Elefante». El resultado de esta asociación fue un soberbio film sobre la incomprensión y la intolerancia, un homenaje a la vida que ha convertido a Merrick en mito de la cultura moderna.
Quizás fuese porque se trató de un encargo, pero está claro que “El Hombre Elefante” es la película de Lynch con la narración más convencional. Como más tarde pasó con «Terciopelo Azul», el director demostró, tras un proyecto muy personal, que dominaba y conocía a la perfección los movimientos elegantes de la narración clásica. Lo que hace de “El hombre Elefante” algo verdaderamente original y hondo es el enfoque de Lynch, que se concentró en una vida tan compleja y consiguió hacerla suya, dirigiéndola hacia un terreno muy específico.
Todo nace de un planteamiento casi obvio, que es utilizar a John Merrick como sujeto y objeto continúo de la película. Aunque no aparezca en pantalla, su deformada sombra está presente en absolutamente todas las escenas, miradas y conversaciones que se nos presentan. Incluso el doctor Treves, personaje central del filme, no parece poseer ninguna autonomía emotiva; la relación con su mujer o sus hijos, todas los rasgos que deja entrever un comedido y genial Anthony Hopkins, sus acciones, sus inquietudes contradictorias… todo tiene que ver con John. Se trata de una estrategia muy estudiada y ejecutada poco a poco, sin abrumar, lo que termina por darle profundidad, interés y tensión a las escenas. Con un guión tan focalizado, Lynch nos sumerge en una difícil personalidad como la de Merrick y por lo tanto nos conmueve no insistiendo en su terrible desgracia física y sus penurias, si no en su inteligencia, en su límpida humanidad y en su amor por la belleza y la vida. Si no hubiese planteado la película de esta manera, quizás se habría quedado en una obra simplemente correcta a otros niveles y no disfrutaría de ese toque especial que realmente posee.
Lo curioso es que incluso centrándose tanto en nuestro protagonista no se obstaculiza el lucimiento de otros elementos de la película, como su estudiada puesta en escena: a través de unos seleccionados y magníficos exteriores, se distingue perfectamente un Londres victoriano realista y cruel, repleto de oscuridad y personajes grotescos que se arrastran al ritmo de una intensa banda sonora. Una ciudad dickensiana que nos invita a reflexionar, a través del sector más alto ( la actriz Kendall) y más bajo de la sociedad ( el showman Bytes), sobre donde está la línea que separa el interés humano y la ambición, la curiosidad y el espectáculo. Fantásticos también los personajes del director del hospital y de las enfermeras que terminan de dar ese necesario aroma British a “El Hombre Elefante”.
Como en la película todo transcurre de una manera pausada y sin sobresaltos extraños, mi única pega son las escenas oníricas made in Lynch en las que se sale un poco de ese estilo clásico y con las que obtiene, a mi parecer, resultados desiguales: SPOILER Si bien en la secuencia de inicio con los elefantes funciona como elemento perturbador y desconocido, el final con la fotografía de su madre y el espacio desentona; insiste demasiado en el mensaje tras un adiós tan triste como digno, lo que acaba convirtiéndose en algo innecesario. FIN SPOILER
“El Hombre Elefante” es una película honrada, sin engaños, tal y como fue la vida de Joseph Merrick; el mérito de Lynch ha sido respetarla, darle forma con paciencia, pero sin olvidarse de sí mismo y, sobre todo, sin olvidarse de nosotros.
Arturo Tena