PECHOS FUERA AFRODITA: Ingenuas Reflexiones sobre el Sexo Explícito en el Cine. 2ª Parte
¿Quién no se ha quedado alguna vez con la miel en los labios?
¿Quién no le ha dado la espalda al alba, camino a una funesta y frustrante ducha fría?
Pues -y aún admitiendo la perversidad en mi deseo-, espero, y de todo corazón, que ésta haya sido la sensación cosechada por el abrupto final de la primera entrega de “PECHOS FUERA…”. Como les prometí, aquí estoy con la segunda de sus mitades para repararles y proseguir con mis ingenuas reflexiones.
Antes de nada, me gustaría hacer una aclaración -o más bien una ampliación de lo ya publicado-. Cuando hacía velada mención a la censura encubierta (tan sigilosa como mortífera), ejecutada en EE.UU., lo hacía debido a que éste responde al mayor mercado cinematográfico (tradicional) a nivel mundial; por aquello de representar la oligarquía más patente y pomposa dentro del oficio, y porque me resulta especialmente virulento su doble rasero -con particular denominación de origen- para todo asunto vinculado con la sexualidad.
Esa doble moral permite, por un lado, la sexualización de la práctica totalidad de productos vertidos al Mercado (incluídos aquellos destinados a una población aún impúber); y por otro, la castración sistemática de ciertas expresiones sexuales -a pesar de desarrollarse dentro de la más estricta privacidad y por cauces del todo punto inofensivos-. Esa bipolaridad moral, implica leyes tan cavernícolas como la “Don´t ask, don´t tell”, o la periódica renuncia de algún que otro dirigente (o candidato a tal honor), cuando se hace pública su homosexualidad (¡Oh! ¡lujuriosa perversión!). De igual manera, puede deparar lucrativos escándalos, como aquel ocasionado por cierto pezón estelado (¡Oh! ¡brutal trasgresión!). Curioso y sospechoso revuelo el que se montó por ello, precisamente allí, cuna de las más neumáticas «Vigilantes de la playa» o de las más casquivanas “Chicas Disney” -por cierto, niñas que son a la sensualidad lo que Ana Rosa Quintana al género novelesco-.
Pero ojo, en Europa también deberíamos hacer un profundo ejercicio de autocrítica. Cierto es que nuestros lobbies conservadores no son tan ominosamente horteras (que también), y que nuestros líderes “progresistas” no conceden tan bochornosas prerrogativas (qué también); pero aún así, nos resta un largo y arduo trecho por andar en el ámbito de la normalización del sexo.
España, sin que sirva de precedente, ha hecho bien sus deberes (dentro de lo que cabe). Y buena parte del mérito recae sobre nuestro cineastas.
Si tiramos de hemeroteca, apenas unas décadas separan la puerilidad manifiesta de aquellas producciones en las que el sexo se empleaba únicamente como motivo cómico -a través de la chanza burda-, de las obras donde este aspecto se aborda de manera madura y compleja -sin amilanarse ante lo explícito-.
Fuera de nuestras fronteras, entre los creadores que no han dudado en filmar escenas de explícito contenido sexual, debemos citar a Vincent Gallo, responsable (casi único) de “The Brown Bunny”. Considerada por muchos la peor película jamás exhibida en Cannes, y mundialmente famosa por la mamada ejecutada por Chloë Sevigni. La cinta supone –y siendo de los pocos situados en una posición no extrema ante la misma-, un intento loable mas fallido -por manifiestamente aburrido- de plasmar el abrasivo desierto interior nacido de la soledad, la culpa y la pérdida. En suma, potente pero plomiza película, fagocitada vorazmente por el morbo adosado a la susodicha escena citada.
Mucho más angulosa, enfermiza, densa y rotunda se muestra “Irreversible”, obra maestra del francés Gaspar Noé. Haciendo uso de una estructura narrativa que si bien no podemos considerar del todo original, se ajusta aquí perfectamente al episodio narrado; “Irreversible” -película demoledora donde las haya- cuenta, amén de con una planificación y ejecución sublimes por parte de Noé, con un compromiso y resultado excelente por parte de sus intérpretes –mención especial para Vincent Cassel-. Si andan con dudas acerca de si merece la pena preservar la fe en el género humano, no se lancen a su visionado; sería una pena que éstas se disiparan de un abrupto plumazo.
Sin embargo, he de reseñar que uno de los lugares comunes más atroces en el ámbito cinematográfico, es el matrimonio de conveniencia entre sexo y violencia. Indudablemente, la mixtura puede darse -con rotundidad dramática suficiente como para originar una historia impactante- pero, adosar una y otra cuestión constantemente, además de repetitivo, creo puede resultar nocivo e irreal. Mientras que el sexo forma parte de nuestra naturaleza, y bien interpretado y empleado supone una de las cosas más cojonudas de ésta, la violencia supone una de sus más monstruosas, punibles y corregibles vergüenzas. Ergo, no mezclemos velocidad y tocino señores.
En esa línea se mueve “Shortbus”, segundo largo en la dirección de John Cameron Mitchell (premiado director en Sundance), donde el rol desempeñado por el sexo tiene un barniz mucho más luminoso. Y es que, a diferencia del papel que cobra en “Irreversible”, el sexo ejecuta un crucial efecto sanador en las diatribas existenciales de muchos de sus personajes -cuando éstos se zafan de los opresivos grilletes del tabú-. “Shortbus” escenifica un dionisíaco enjambre de situaciones sexuales -inteligentemente escrito pero mal llevado a la praxis visual-. De hecho, su pésimo montaje está a punto de dilapidar un proyecto tan irregular y barroco como atrevido y original.
A groso modo dentro de esa misma tendencia, topamos con “9 Songs”. Enmarcada en un acogedor halo de melancolía -¿qué escenografía más metafórica para ello que la Antártida?-, desplegada sin el más mínimo rubor, y ligada por la estupenda agenda de conciertos londinense, “9 Songs” nos cuenta, con una economía de medios que nunca ha sido óbice para Michael Winterbottom a la hora de desplegar su talento, la historia de amor suscrita entre dos jóvenes arquetípicos de nuestra era.
Y para acabar con el artículo, dejénme citar una cinta actual. Hace un par de semanas arribó a nuestra piel de toro la estupenda “Shame” -película intensa en grado superlativo-. Esta arriesgada propuesta representa una honesta y brillante reflexión sobre la vulnerabilidad del ser humano moderno -cautivo de sus sofocos, esclavo de la inmediatez, maldito por su debilidad-. “Shame”, cuyas escenas más turbadoras distan de ser aquellas de explícito contenido carnal, supone el espaldarazo definitivo a la carrera de Michael Fassbender. Su intestino trabajo -sin duda de lo más memorable de 2011-, consigue hundirnos en el pútrido y abrasivo averno que consume a su personaje, que lo carcome hasta el tuétano. Si la estela de “Shame” tarda horas (o días) en disiparse, es en gran medida por la indescriptible labor realizada por este magnífico intérprete; pero también, y sería injusto obviarlo, por la magistral realización de su guionista y director, Steve McQueen. Sus planos cerrados, plegados dócilmente a la historia que vertebran y reseñablemente fotografiados, conducen la narración por la vereda de la obsesión más agónica y frustrante. Por cierto, y ya que ésta cinta sobrevive en nuestras carteleras, me veo en la obligación de advertirles que siempre se arrepentirán si la dejan marchitar.
Dentro de lo que cabe, con este artículo trato de poner mi granito de arena en esa directriz, en pos de que el camino tomado por Winterbottom -entre otros- no sea una extravagancia o anomalía; para que el esfuerzo de estos atrevidos realizadores permita al espectador deglutir cual juanolas, los otrora infranqueables dos rombos -¡qué ya somos mayorcitos!-.
Alberto G. Sánchez – pelucabrasi – @Pelucabrassi